Dos ancianos surcan los mares del olvido. Dos ancianos cuya mayor anécdota fue concebir a tres hijos. Una mujer los ayudó mientras pudo. Una niña les pide a gritos que la socorran.
Una casa soñada por Ivonne, donde sus nietos puedan contar chistes y salir corriendo al oler el sabroso guiso que ella les haría. Un guiso cuyo olor yace en su imaginación.
El pensar y los recuerdos. Los ancianos, ricos de espíritu pero sin morada fija. Y qué no daría la soñadora por tenerlos con ella. Por abrazarlos y decirles que todo va a estar bien.
Un lujoso avión de juguete esperaría para ser elevado por sus nietos. Una fantasía de Carlos, el abuelo. Un repertorio de chistes y disparatadas obras para ser representadas por lo pequeños. He ahí un mundo majestuoso y exquisito formado por el bienestar familiar.
Ivonne es la mujer que sueña con el glamour de Chanel y salir de compras con sus nietas, qué privilegio y coquetería. La admiración de todo el que la mira comiendo helado y posando con su linaje a cualquier transeúnte de París.
Sin embargo las ilusiones crean asperezas, y con ellas los desengaños. —Pero aún queda algo—dijo Ivonne a su nieta, a la que ella responde—No, no queda nada, la onerosa vida es un recoveco de traición y desaventurazas.” —No marques sentencia, hijita mía, no me has dejado terminar—la niña con sus grandes ojos, esperando una respuesta que garantizara algún recurso, esperó y con voz soñolienta le dijo—estás tan lejos, casi no te oigo sólo intuyo tu cálido abrazo —.Pero casi ignorando la cosa, con una sonrisa marcada por el infortunio, pero no forzada, dijo Ivonne—Es el amor, no el pasional ni el que se construye forzado por la voluntad, es que se genera detrás de complicaciones, engaños y piruetas; de peleas y reconciliaciones de errores y disculpas. Es la cura de la humanidad, pero ésta parece inmune, no te dejes engañar; es muy fácil, que te lo digo yo, que he ido y he vuelto.
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